Cosmopolita, artística y bohemia es un poco de lo que encierra esta Ciudad Patrimonio; quien la mira por vez primera queda embelesado al instante. Serán las puntiagudas torres de estilo gótico de la Parroquia de San Miguel, serán las galerías de arte cobijadas en Fábrica la Aurora, será la espléndida vista que de esta ciudad regala una caminata por el Paseo del Chorro, o serán las mojigangas que desfilan en forma de calacas, catrines, novios o diablos, por las calles en días de fiesta.

El corazón de México se llena a diario de paseantes que caminan por la Plaza Allende y se detienen a ver aquellas casonas que hicieron historia: la de Allende, la del Mayorazgo de la Canal o la de las Conspiraciones. Su fisonomía colonial motiva a caminarla a paso lento y a detenerse frente a su templos franciscanos y jesuitas.

Los amantes de las expresiones artísticas hallan en San Miguel un paraíso lleno de museos, galerías de arte, tiendas de diseño y muestras pictóricas plasmadas en las paredes de algunas calles. Su prolífica actividad artesanal puede verse en el Andador Lucas Balderas donde los objetos de latón y los textiles de lana conviven con las figuras en papel maché y los juguetes de madera.

Los encantos del rededor enfatizan la belleza de la ciudad; ahí está el Charco del Ingenio; un espacio entregado a la conservación de la vida silvestre y que el Dalai Lama lo reconoció como zona de paz. También sale a escena el Parque de Aventura San Miguel con su puente colgante, sus paseos a caballo, cuatrimoto o bici, sus largas caminatas y sus tirolesas. Balnearios de aguas termales, un vuelo en globo, rapel, una escapada a la zona arqueológica Cañada de la Virgen o al Santuario de Jesús de Nazareno –también reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad– no pasan inadvertidos en una visita por esta región del Bajío.

La altura de San Miguel, el clima y la bondad de la tierra han hecho posible el cultivo de la vid y del agave; quien guste una buena copa de vino o un trago de mezcal, estará en el destino correcto.

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