Inquieta, conquistadora, apasionada e innovadora; así se muestra Ensenada, ese regalo de la Tierra que se disfruta entre el Pacífico y el Mar de Cortés.

Su versatilidad conduce a la inmensidad de sus aguas para ver al tiburón blanco en Isla Guadalupe, para nadar con el tiburón ballena en Bahía de los Ángeles o para avistar a la ballena gris en Bahía de Todos los Santos. Esas mismas aguas empujan a alborozarse con lo que custodian en su profundidad, especialmente en el Golfo de California, donde viven más de 800 especies de peces tropicales de las cuales 90 son endémicas. Por su parte, el Pacífico complace con el espectáculo de La Bufadora, ese fenómeno natural que lanza chorros de agua de 30 metros de altura según la intensidad de la marea.

El esplendor de Ensenada también se aprecia en otros ángulos: desde las alturas, con un salto en paracaídas, haciendo rapel o escalando; desde tierra, con una caminata entre cerros y cañones que llevan al encuentro de flora y fauna endémica; a través de un safari fotográfico en sus miradores; o una noche de campamento en sus parques nacionales para mirar las estrellas.

La diversidad de Ensenada, la ha convertido en uno de los escenarios más prolíficos en la producción de vino, de cerveza y de cocina mediterránea. Lo servido en la mesa es resultado de lo que su territorio generoso provee: mariscos, pescado, hortalizas, frutos, quesos. Por su riqueza gastronómica, en 2015, la UNESCO la integró a la Red de Ciudades Creativas.

Es en el Valle de Guadalupe, donde la revolución de sabores y aromas ha hechizado a los paladares más exigentes. Aquí, se produce el 90 por ciento del total del vino mexicano. Viñedos, restaurantes al aire libre, cavas, huertos y una cervecería esperan en este destino que ha proyectado a Ensenada como la Capital del Vino Mexicano.

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